Sara Bascuñán




Me encantan los hallazgos de domingo por la mañana.

Acabo de descubrir a la diseñadora Sara Bascuñán, una señorita que, no sólo se llama como yo, sino que hace unas cosas preciosas. Aquí os dejo algunas fotos pertenecientes a su colección de fin de carrera, Soft .

Casi puedo oir a los pájaros cantar. Tendré que seguir a esta chica.

Demasiado para mi joven corazón


Campaña de Christian Louboutin
Fotografía: Peter Lippman
Dirección Creativa: Nicolas Menu
Estilismo: Amandine Moine

Out of Season



En un mundo de pre-collections, pre-falls y colecciones crucero, deberíamos estar ya acostumbrados a los desvaríos estacionales y la imposibilidad de ubicarnos en la temporada, lugar y momento adecuados. No se trata de estar pasado de moda, sino de lograr salvar, con habilidad, las fricciones entre la meteorología simbólica y la real.

Yo soy la primera que se quita las medias antes de tiempo -me encanta pasar frío en los pies mientras voy aún de manga larga-, y se calza las botas cuando aún ni siquiera procede el cardigan de rigor a partir de las 10 de la noche. No es más que impaciencia, nada especial.

Sin embargo, este nivel de desubicación puede ser aún mayor.

Ayer vi Legend. Lo sé, una película que debería haber visto hace 20 años, sólo que entonces tenía otros intereses. No me gustaba el color rosa, ni me sentía especialmente atraída por los cuentos de hadas y princesas. Quería ser escritora, pero de novela realista.

Ver Legend me cautivó, me fascinó y me hizo soñar con nieves perpétuas. Recordé la estética densa y saturada de Pierre et Gilles y la colección de Luella del invierno pasado, proyectándome, a su vez, hacia toda una memoria fantástico-audiovisual del último cuarto de siglo. Me di cuenta, entonces, de que estoy, completa y abnegadamente, out of season.





El otro día avisté, sobre un cuerpo familiar, un bolso con motivos navideños. Instantáneamente me confesé cautivada por tal muestra de atemporalidad. Es como llevar una cesta de paja en enero, como esos cuentos en los que pasar del frío a la primavera es sólo una cuestión moral.

Fotogramas de Legend (Dir. Ridley Scott, 1985)
Pierre et Gilles, Le renard, 1998
Pierre et Gilles, Dans le Porte du Havre, 1998
Luella, colección Otoño/Invierno 08

Flores en el pelo


Las chicas de ciudad no tenemos campos de lavanda, trigales, ni cerezos en flor. No cantamos con los pájaros -a excepción de algunas estrofas aisladas que comparto con las ruidosas gaviotas que sobrevuelan mi balcón- y, lo que es aún más duro, no recogemos pequeños ramilletes de flores en nuestros paseos vespertinos. Es más, algunas de nosotras ni siquiera tenemos paseos vespertinos.

Es en este punto cuando descubrimos que la única opción, el último refugio contra el tedio, son las flores en el pelo. Muchas no se acaban de convencer y esbozan tímidos ademanes con la florecilla de jazmín de un parque cualquiera en una noche de agosto. Otras, sin dilación, lo descartan. "Demasiado romántico" –pensarán-.

“¿Suficientemente romántico?” –se preguntarán las más acertadas-.

Nos gusta esa sensación de huída, ese optar por la feminidad trascendente. Vestidos románticos, tejidos románticos, peinados románticos… ¿Pero es acaso tocarse con flores una “actividad” genuinamente romántica? Sabemos que no, conocemos bien los laureles, la Arcadia y la novela pastoril. Pero… ¿se ponían, entonces, las señoras románticas bouquets de flores en el pelo? Yo me inclino por pensar que el clásico bandós –raya al medio con sendos mechones reposando sobre el óvalo de la cara y recogido posterior- era el rey de todas las fiestas.

Es, sin embargo, otra costumbre capilar de su tiempo la que me hace suspirar e híper ventilar al mismo tiempo –y es aquí cuando se produce el silencio sepulcral a la espera del relato de la dama-: las labores de cabello. Y suspiro e híper ventilo porque a la fascinación conceptual que me produce no puedo restarle las náuseas que me invaden durante su contemplación en vivo y en directo.







El Museu Frederic Marès –mi preferido en Barcelona, sin duda alguna- me ha enseñado cosas fabulosas. Una es que puedes llegar a codiciar un bodegón de cabellos trenzados, otra es que nunca puedes decir que has visto suficientes pitilleras o fundas de anteojos en el mismo espacio rectangular. Estas vanitas capilares lo tienen todo: memoria, pérdida y un extenuante potencial decorativo.

Me sigue pareciendo maravillosamente romántica la costumbre de regalar un mechón de cabello a la persona amada, independientemente de que el pelo pueda acabar pudriéndose en una cajita de recuerdos guardada bajo el colchón. Lo bonito es el acto de la entrega, esa confianza en el poder mnemotécnico de la reliquia. Nadie regalaría una uña del pie, no queda fino. El pelo, en cambio, y pese a ser materia muerta en todos los sentidos, no se desprende de las alusiones románticas.

Con todo, y más allá de la náusea producida por la contemplación de ajados mechones de propietarios a veces desconocidos y siempre muertos, sigo pensando que las labores de pelo no están tan alejadas de nuestro sentir contemporáneo. Son como las flores en el pelo de las chicas de ciudad. Nos permiten soñar, trenzan el recuerdo y nos acercan, al menos en teoría, a la tristeza de lo que pudo haber sido (y, sin embargo, no fue).





Algunas de mis propuestas de tocado para este verano: broche de camelia, flor rosa (H&M) y flores de origami (hechas por mi)
Labores de pelo- www.victorianhairjewelry.com
Lazo de flores (hecho por mi)

Pájaros en la cabeza








Si hay algo que puedes hacer hoy en día por internet es comprar. Si hay algo que no debes dejar de hacer es mirar, mirar hasta que te salten los ojos.



Creyente y practicante del segundo enunciado, pronto descubrí las posibilidades de Etsy como fuente inagotable de uno de mis fetiches menos secretos: el fabuloso mundo de los retratos zoomorfos. Perros vestidos de Edgar Allan Poe, damas de sociedad, Alicias y Caperucitas rematadas con rotundas cabezas mamíferas o pájaros encorbatados. Todo un mundo, vaya. Te puede repugnar, pero nunca dejará de fascinarte.



Con todo esto, y más, nos alimenta Sarah Ogren. Sus retratos exploran el sempiterno lado oscuro de la naturaleza humana, ése que transita entre lo mágico y lo diabólico, entre el cuento de hadas y la pesadilla. No es nada nuevo, pero hace tiempo que eso dejó de importarnos. Pienso en las fábulas.



Pienso también en Alberto Vázquez, gran fabulista del cómic peninsular y miembro fundador del extinto Fanzine Enfermo, y en sus historias turbias protagonizadas por ardillas y pajaritos. En el bosque se cuecen cosas feas, nos dicen.




Si quieres ver su trabajo, y el de sus no menos talentosos partenaires, no te pierdas la exposición de Fanzine Enfermo en el inminente Salón Internacional del Cómic de Barcelona (29 de mayo - 1 de junio 2009). Y si te gusta lo que ves, puedes comprar el tomo recopilatorio que acaba de publicar Astiberri. Y si no, conviértete en un voyeur atemporal gracias a la intimidad de tu ordenador. Que no te avergüence decir que te gustan los gatos con porte de Baudelaire.


¿Qué tendrán los retratos de bestias antropomorfas que no pasan nunca de moda? ¿Será que tenemos pájaros en la cabeza?










Sarah Ogren- The Babysitter III

Alberto Vázquez- El evangelio de Judas, Ed. Astiberri
Enfermo, Ed. Astiberri

Sarah Ogren- The dancing rabbits



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