Flores en el pelo


Las chicas de ciudad no tenemos campos de lavanda, trigales, ni cerezos en flor. No cantamos con los pájaros -a excepción de algunas estrofas aisladas que comparto con las ruidosas gaviotas que sobrevuelan mi balcón- y, lo que es aún más duro, no recogemos pequeños ramilletes de flores en nuestros paseos vespertinos. Es más, algunas de nosotras ni siquiera tenemos paseos vespertinos.

Es en este punto cuando descubrimos que la única opción, el último refugio contra el tedio, son las flores en el pelo. Muchas no se acaban de convencer y esbozan tímidos ademanes con la florecilla de jazmín de un parque cualquiera en una noche de agosto. Otras, sin dilación, lo descartan. "Demasiado romántico" –pensarán-.

“¿Suficientemente romántico?” –se preguntarán las más acertadas-.

Nos gusta esa sensación de huída, ese optar por la feminidad trascendente. Vestidos románticos, tejidos románticos, peinados románticos… ¿Pero es acaso tocarse con flores una “actividad” genuinamente romántica? Sabemos que no, conocemos bien los laureles, la Arcadia y la novela pastoril. Pero… ¿se ponían, entonces, las señoras románticas bouquets de flores en el pelo? Yo me inclino por pensar que el clásico bandós –raya al medio con sendos mechones reposando sobre el óvalo de la cara y recogido posterior- era el rey de todas las fiestas.

Es, sin embargo, otra costumbre capilar de su tiempo la que me hace suspirar e híper ventilar al mismo tiempo –y es aquí cuando se produce el silencio sepulcral a la espera del relato de la dama-: las labores de cabello. Y suspiro e híper ventilo porque a la fascinación conceptual que me produce no puedo restarle las náuseas que me invaden durante su contemplación en vivo y en directo.







El Museu Frederic Marès –mi preferido en Barcelona, sin duda alguna- me ha enseñado cosas fabulosas. Una es que puedes llegar a codiciar un bodegón de cabellos trenzados, otra es que nunca puedes decir que has visto suficientes pitilleras o fundas de anteojos en el mismo espacio rectangular. Estas vanitas capilares lo tienen todo: memoria, pérdida y un extenuante potencial decorativo.

Me sigue pareciendo maravillosamente romántica la costumbre de regalar un mechón de cabello a la persona amada, independientemente de que el pelo pueda acabar pudriéndose en una cajita de recuerdos guardada bajo el colchón. Lo bonito es el acto de la entrega, esa confianza en el poder mnemotécnico de la reliquia. Nadie regalaría una uña del pie, no queda fino. El pelo, en cambio, y pese a ser materia muerta en todos los sentidos, no se desprende de las alusiones románticas.

Con todo, y más allá de la náusea producida por la contemplación de ajados mechones de propietarios a veces desconocidos y siempre muertos, sigo pensando que las labores de pelo no están tan alejadas de nuestro sentir contemporáneo. Son como las flores en el pelo de las chicas de ciudad. Nos permiten soñar, trenzan el recuerdo y nos acercan, al menos en teoría, a la tristeza de lo que pudo haber sido (y, sin embargo, no fue).





Algunas de mis propuestas de tocado para este verano: broche de camelia, flor rosa (H&M) y flores de origami (hechas por mi)
Labores de pelo- www.victorianhairjewelry.com
Lazo de flores (hecho por mi)

6 comentarios:

  1. Deberias dominar el universo entero.

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  2. jijiji... pero tengo superproblemas con el maldito blogger... me da error de html al publicar y me pone las tipos mal... necesito tu sabiduría!!

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  3. ¡Hola Sara! Pues yo hoy he dejado que mi pelo se secara al aire y ahora parezco un animalejo. Jiji.. Madre mía.. cuántas cosas nos vas a contar.. Vente a verme ¡ahora! Tengo fotos de Mary Pickford con zapatos que ni te creerías.. Muá.

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  4. Flores en el pelo.. Que gusto exquisito! Y una flor negra para hacer juego con el vestido para una salida de noche tampoco queda mal. En cuanto al museo Mares, me encanta! Puedes estar 3 horas ahi y todavia tener cosas que ver. Y un cafecito en el jardin para acabar..

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  5. Elena: Fotos de Mary Pickford! Los animalejos siempre nos han gustado... ^u^

    Camille: Yo soy demasiado fan del té helado + brownie de la cafetería del Marès... es tan mágica!

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