La semana pasada estuve en Madrid. Hacía ya unos tres años que no me citaba con el oso y el madroño, así que decidí aprovechar mi ociosa situación de desempleada para pasar unos días en la mejor de las compañías.
Lo bonito de Madrid es que, por muchas veces que vaya, tiene ciertos clásicos que nunca puedo dejar de visitar. El paseíto por el Prado es obligatorio -aunque ahora me amenacen con mi creciente vejez y me quasi-impidan hacer uso de mi carnet de estudiante-,básicamente porque, por muchas veces que entres, nunca saldrás habiendo visto lo mismo, o, al menos, con los mismos ojos.
Esta vez, opté por pasar de Velázquez y me dediqué, fundamentalmente, a remirar retratos del XVIII y a descubrir, de una vez por todas, el
Tesoro del Delfín. Eso de que te pongan en el sótano más bajuno de la pinacoteca, como para recordarte que nunca serás cuadro, debe de ser desalentador. Fascinada quedé por los dragones de cristal transparente y los vidrios esmaltados que antaño no me habían suscitado ningún interés. Fascinada quedé, igualmente, por las hordas de adolescentes alemanes que deambulaban en torno a mí.
Si bien dediqué largos minutos a perderme por los retratos de
Reynolds, fueron los retratos infantiles lo que más atrajo mi atención. Debo reconocer que últimamente pienso mucho en la historia de la indumentaria infantil y en nuestra relación de amor-odio.
En mi libretita pasaporte de Muji apunté:
Prado- Casquetes encaje niños s. XVIII. Y lo acompañé de un dibujo que parece más una muffin que una cabeza decorada. Esos tocados-redecillas-casquetes o comoquiera que se llamen, me hicieron pensar en el emocionante proceso aspiracional hacia la edad adulta en un momento histórico en el que los niños no eran más que adultos en pequeñito. Los encajes, a modo de pelucas, reproducen las ondas del cabello, esas ondas que estructuran los complejos recogidos de las
damas del XVIII.
También apunté:
Trajecito colegial Imperio. Ese mono de una pieza sin principio ni fin, ese spencer con bordados que confunden, aún más, la silueta del protagonista. ¿Puede acaso concentrarse mayor nivel de elegancia en un cuerpo tan diminuto? Mariano, ¡qué distinguido eres!
Pese a lo satisfactorio de la visita, no puedo ocultar mi decepción al ver truncado el que, en realidad, era mi objetivo primigenio: ver la pintura española del XIX supuestamente incorporada gracias a la ampliación. Y digo "supuestamente" porque parece ser que las obras se sacaron únicamente para la inauguración y las fotos oficiales, pero que realmente serán expuestas a partir de otoño.
Entre ellas, yo sólo me conformaba con ver un cuadro, el de
la pandilla más moderna y elegante del universo bidimensional. Nouvelle Vague.
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